Tuesday, October 10, 2006

LOS FUNDADORES (primera parte)

i

Para Los Fundadores, la provincia siempre debe presentarse como un yermo. De nada valen las astucias del agro ni el óxido palabrero de las herramientas de labranza. Los compele la ansiedad, la urgencia por hacer tabla rasa, la amnesia o el proyectismo olvidadizo. Durante sus períodos maníacos promueven la estrategia de "tierra quemada": avanzan -o creen avanzar- por encima de aquello que les parece una ruina vergonzosa; durante sus momentos depresivos (los menos), desempolvan una que otra antigualla pero sólo para efectos de ornamentación: por qué no reconvertir, por ejemplo, los arreos según las pautas del design; por qué no aprovechar unos pocos dichos de Ña Peta como apostilla folk en la sobremesa del restobar culturoso; después de todo, nunca está de más vacunarse contra el prurito fantasmático escaneando la maltrecha foto del abuelo futre o gañán.

ii

Los Fundadores suelen comportarse como un mal poeta modernista victimizado por el meilieu, ese entorno paupérrimo y deformante que les impide demandar y ofrecer las novedades a tiempo. Su desasosiego quiere ser adánico: a ellos les concierne la misión de darle nombre a cada cosa, de enseñarle a hablar a un caos sordomudo. Los Fundadores son topofóbicos (abominan del espacio que habitan) y xenofílicos (veneran las sofisticaciones afuerinas y establecen complicidades con el centro). Su escena primaria es la inauguración, el lanzamiento de un objeto, de un ambiente o de una iconografía que posee los atributos de un oasis: allí se dialoga en la lengua de lo actual, allí se refugian y se recrean los jóvenes profesionales convencidos de que su estadía en la provincia obedece a una situación de provisionalidad. Predomina en esta escena cierto temple estoico, la exhibición de un espontaneísmo (pseudo)cosmopolita, la condena unánime de la aldea sosa y retardataria, el afán modernizador que se confunde con la jerga del management, de la nueva cocina, de la enología y de las peores teleseries para treintañeros.

iii

Casuística del Movimiento Fundacionalista: un alumno en práctica redacta el primer reportaje que se ha hecho en la zona sobre la infancia parralina de la vaca sagrada, o sobre el declive de los comerciantes al menudeo, o sobre las expectativas de tecnificar e introducir en el mercado internacional algún producto más o menos autóctono (las pencas, los juncos, los versos tripentálicos). Un burócrata/gestor/editor acepta dejar la metrópoli, piensa algo sobre la cola de un león y ordena su nuevo escritorio, muy seguro de que también por acá se puede comenzar algo importante. Una novata de Derecho o de Arquitectura se anota el récord de ser la primera en teñirse el pelo de fucsia en toda la comarca. Un músico en flor funda la primera banda de metal-enfermo de la Región del Maule. Un emprendedor chamánico abre el único pub para intelectuales revenidos en doscientos kilómetros a la redonda. Un performer, un académico y un crítico disidente se ufanan de ser los únicos que despliegan hoy por hoy -a contrapelo de la molicie de sus coterráneos- una propuesta artística o teorética que puede considerarse sin lugar a dudas contemporánea.

iv

La incapacidad para soportar la paradoja tiene a la corrupción del modelo como fatal consecuencia. Los Fundadores están condenados al epigonalismo, a la ventriloquía, al error de cálculo, a la versión desmejorada. Sin saberlo han elegido caminar en círculos, por esa ruta maldita que los llevará de vuelta, una y otra vez, a la provincia que tanto aborrecen. Acabarán indefectiblemente en la consulta del oftalmólogo, y no porque lean en demasía -se sabe: Los Fundadores son pésimos lectores-, sino por el uso continuo de unos anteojos automedicados que les agrandan y les empequeñecen las cosas, que les hacen pasar las vergüenzas de una Alicia menos carrolliana que costumbrista. Una Alicia simpaticona que no viene del campo ni de la ciudad, sino de un lugar cuya provincia está en todas partes y la capital en ninguna.

v

Queda de manifiesto que Los Fundadores jamás pueden ser modernos. Queda de manifiesto que Los Fundadores tampoco pueden ser postmodernos.

vi

El país de las pesadillas: los Fundadores viven atrapados en el argumento de una obra de Barros Grez o de Martínez Quevedo, o en un artículo de costumbres que describe sucesivas desproporciones, ridículas desmesuras. Los protagonistas, cuando van de viajeros, a menudo pagan de más, toman la palabra cuando no les corresponde, visten a la moda de hace cinco años, se dejan embaucar por un mercachifle, aplauden a la mitad de la sinfonía. El héroe, de vuelta en casa, se enamora de una chica tan linda que parece metropolitana. El villano presiona al municipio para que construya un cerro (o una autopista) igual de imponente que el de la capital. Es el reestreno de "Don Lucas Gómez" o la secuela de "Como en Santiago". Los asistentes no paran de reír. Los asistentes han obtenido precisamente lo que han ido a buscar: el banquete antropófago del sentido común, una hipérbole del esnobismo que juzgan ajeno, un sketch contentadizo que reafirma su propio privilegio epistémico a la vez que exagera y rentabiliza la estulticia de los otros.

vii

Hay un momento todavía más injusto y más monstruoso. Los Fundadores -que no saben de Historia ni de historias- pierden la partida ante Los Fundados, Los Fundamentados, los patrones y los mocitos del Fundo. Para éstos no hay nada que inaugurar, pues todo lo que convenía fundar ya se fundó de una sola vez y para siempre. Se dedican entonces a pulir los bienes de aquel remoto momento inaugural y a burlarse de Los Fundadores, a rociarlos con sus Esencias de Campo, a enrostrarles una heráldica rotunda, a negarles siquiera una existencia al nivel de la ternura o de la paranoia. Se trata de una derrota ya demasiado cruel para Los Fundadores. No les quedará, desde ese instante, más alternativa que partir nuevamente de cero: maldecir su suerte, empacar sus bártulos, proyectar su utopía naif en otro desierto.


continuará...

C.Barahona
Bramadero, octubre de 2067